Jorge Luis Borges. Diecisiete haiku, Terebess Asia Online (TAO)Terebess Asia La cifra, 1ra ed. Buenos Aires, Emecé, 1981. 1ra ed. Madrid, Alianza Editorial, 1981. Col. Alianza Tres, 159. 1 Algo me han dicho la tarde y la montaña. 12Bajo el alero el espejo no copia más que la luna. 13Bajo la luna la sombra que se alarga es una sola. 14¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga? 15La luna nueva ella también la mira desde otro puerto. 16Lejos un trino. El ruiseñor no sabe que te consuela. 17La vieja mano sigue trazando versos para el olvido. 2La vasta noche no es ahora otra cosa que una fragancia. 3¿Es o no es el sueño que olvidé antes del alba? 4Callan las cuerdas. La música sabía lo que yo siento. 5Hoy no me alegran los almendros del huerto. Son tu recuerdo. 6Oscuramente libros, láminas, llaves siguen mi suerte. 7Desde aquel día no he movido las piezas en el tablero. 8En el desierto acontece la aurora. Alguien lo sabe. 9La ociosa espada sueña con sus batallas. Otro es mi sueño. 10El hombre ha muerto. La barba no lo sabe. Crecen las uñas. 11Ésta es la mano que alguna vez tocaba tu cabellera. Jorge Luis Borges De la salvación por las obras Jorge Luis Borges; María Kodama: Atlas. 1ra ed. Buenos Aires, Sudamericana, 1984. En un otoño, en uno de los otoños del tiempo, las divinidades del Shinto se congregaron, no por primera vez, en Izumo. Se dice que eran ocho millones pero soy un hombre muy tímido y me sentiría un poco perdido entre tanta gente. Por lo demás, no conviene manejar cifras inconcebibles. Digamos que eran ocho, ya que el ocho es, en estas islas, de buen agüero. Estaban tristes, pero no lo mostraban, porque los rostros de las divinidades son kanjis que no se dejan descifrar. En la verde cumbre de un cerro se sentaron en rueda. Desde su firmamento o desde una piedra o un copo de nieve habían vigilado a los hombres. Una de las divinidades dijo: Hace muchos días, o muchos siglos, nos reunimos aquí para crear el Japón y el mundo. Las aguas, los peces, los siete colores del arco, las generaciones de las plantas y de los animales, nos han salido bien. Para que tantas cosas no los abrumaran, les dimos a los hombres la sucesión, el día plural y la noche una. Les otorgamos asimismo el don de ensayar algunas variaciones. La abeja sigue repitiendo colmenas; el hombre ha imaginado instrumentos: el arado, la llave, el calidoscopio. También ha imaginado la espada y el arte de la guerra. Acaba de imaginar un arma invisible que puede ser el fin de la historia. Antes que ocurra ese hecho insensato, borremos a los hombres. Se quedaron pensando. Otra divinidad dijo sin apuro: Es verdad. Han imaginado esa cosa atroz, pero también hay ésta, que cabe en el espacio que abarcan sus diecisiete sílabas. Las entonó. Estaban en un idioma desconocido y no pude entenderlas. La divinidad mayor sentenció: Que los hombres perduren. Así, por obra de un haiku, la especie humana se salvó. Jorge Luis Borges Tankas El oro de los tigres, 1ra ed. en OP. Buenos Aires, Emecé, 1972. Col. Obra poética de Borges I Alto en la cumbre Todo el jardín es luna, Luna de oro. Más precioso es el roce De tu boca en la sombra. II La voz del ave Que la penumbra esconde Ha enmudecido. Andas por tu jardín. Algo, lo sé, te falta. III La ajena copa, La espada que fue espada En otra mano, La luna de la calle, Dime, ¿acaso no bastan?. IV Bajo la luna El tigre de oro y sombra Mira sus garras. No sabe que en el alba Han destrozado un hombre. V Triste la lluvia Que sobre el mármol cae, Triste ser tierra. Triste no ser los días Del hombre, el sueño, el alba. VI No haber caído, Como otros de mi sangre, En la batalla. Ser en la vana noche Él que cuenta las sílabas.